A Andrés.
Le pregunté a
Martín si el rock and roll seguía vivo. Sin dudarlo, mientras el humo salía de
su boca, me dijo que sí. Después de eso quedamos en silencio. No quise seguir
la conversación, pues yo estaba esperando un no por respuesta y su afirmación
me dejó como si me hubiesen regado cerveza fría por la nuca camisa abajo, sorprendido
y molesto. Quería que buscáramos la fecha exacta en que había muerto, que
determináramos sus últimos exponentes serios y que hiciéramos un brindis en su
memoria. Pero su afirmación fue muy contundente. Mientras me tomaba un sorbo
del pisco que había traído de Chile, lo miré tratando de entrar a su mente por
sus ojos rojos perdidos en el atardecer. ¿Cómo putas iba a estar convencido ese
güevón de que el rock and roll seguía vivo? ¿Acaso creía que aún se respiraba
por las calles de Detroit o lo imaginaba palpitando en un garaje de Berlín? Y
si sigue vivo, dónde está, le pregunté. Seguramente, dijo, usted no lo ve
porque está disfrazado con traje de paño apolillado, corbata a rayas y zapatos negros,
y además usa gafas culoebotella; se levanta a las cinco de la mañana para ir a
dictarle clases de filosofía a una partida de pendejos que confunden a Sócrates
con Aristóteles; almuerza pollo sin sal para no tener la tensión alta ni
enfrentarse a los peligros del reumatismo causados por las carnes rojas. El rock
and roll se volvió un pendejo que prefirió esclavizarse con las cuotas de un
apartamento que nunca va terminar de pagar en vez de salir de fiesta, volverse
loco por días y terminar en el borde del mundo con una resaca absoluta. Pero
sigue vivo, esperando a que una noche todo deje de importar y tengamos las
pelotas de ponerlo a todo volumen en su apartamento. Y pongamos a retumbar los
vidrios del bloque haciendo que las viejas beatas que deben madrugar a misa se
levanten angustiadas a llamar al administrador y a la policía. El rock and roll,
callado y paciente, sigue esperando a que violemos esas guitarras olvidadas debajo
las escaleras de la casa de mis papás hace quince años, y las hagamos chillar como
si fueran gatas en celo en una noche de luna llena. Que cojamos esa batería y
le demos con las baquetas a los platillos tan duro y con tanta fuerza como si
le estuviéramos dando en la jeta al presidente de esta república bananera, y a todos los ministros, y a toda esa manada de politicuchos que nos imponen lo que
debemos hacer. El rock and roll es usted Leonardo, dijo mientras prendía otro
cigarrillo, y usted es quien lo está dejando morir.
Augusto Jamal
21/02/14